jueves, 24 de enero de 2013

Maxwell y mi tío Domingo



Maxwell y mi tío Domingo
(Article)

Domingo Rodríguez Sánchez

Leyendo una amena biografía de James Clerk Maxwell1, he llegado a un capítulo sobre su infancia en el que el autor habla sobre la incipiente ciencia en Inglaterra en los años de infancia del científico. En aquellos años, mediados del Siglo XIX, todavía no existía el concepto de “físico” o “químico” como lo tenemos ahora. Los científicos se llamaban a sí mismos “filósofos naturales” y su actividad estaba poco reglada. A no ser que tuvieras un puesto de responsabilidad en una importante institución cultural o universidad, si querías ser científico tenías que aplicarlo como hobby a tus ratos libres. De esta manera, las familias bien situadas contaron entre ellas a científicos de renombre, pues la holgura económica les permitía desarrollar estas actividades. Pensemos que de esto hace apenas 180 años. La historia de la ciencia, tal y como la conocemos actualmente, es muy corta.

Una de las razones por las que España ha sufrido un retraso secular en este aspecto de la cultura universal aparece como corolario de la vida en la Inglaterra del XIX. Algunos científicos eran clérigos, dado que la libertad de la que disfrutaban era mucha y disponían de tiempo libre para investigar. Esto era imposible para sus coetáneos españoles. En nuestro país la inquisición gozaba de excelente salud y era un guardián de las ortodoxias bien temible, amordazando y ahogando cualquier intento de avance al respecto. Contradecir las Escrituras seguía siendo fuente de potenciales problemas para un ciudadano de aquellos años. Hablo de mediados del Siglo XIX.

Al mismo tiempo las castas privilegiadas españolas no gozaban de la suerte de sus sosias sajones; ahogados por la dictadura moral católica, se mantenían tan impotentes como los propios clérigos para permitirse el lujo de tener como entretenimiento la “filosofía natural”. Claro que hubo excepciones, pero es un hecho que algo hizo que nuestra gente viviera en un retraso científico que aún pagamos a diario. Hoy mismo la iglesia católica sigue inmiscuyéndose en la vida civil de la sociedad española y se le consiente. En otras latitudes se puso a la iglesia en su sitio, no sin dolor, y han ganado con el cambio.

También está la escasa educación del pueblo llano. La escuela para todos fue un invento del Siglo XX en España, mientras que en la Europa del Norte las condiciones para que los nuevos ciudadanos se formaran eran mucho mejores. La instrucción popular, ambición de las repúblicas españolas, trajo frutos muy interesantes, con una fructífera generación de grandes científicos, demostrando que los pueblos, a poco que se les forme y otorgue el regalo de la libertad de pensamiento, crecen espiritualmente a una velocidad asombrosa. También aquello ayudó a que en España existiera una mayor permeabilidad social, otra asignatura pendiente para todos.

En una realimentación sana que se transmite de generación en generación, las sociedades más libres apoyan a sus hijos más sobresalientes, y se les ayuda a progresar; la sociedad de une en esa tarea, permitiendo a los que pueden ver más lejos, auparse sobre sus hombros. El consejo de un familiar ante la brillantez de un sobrino o primo para que se apoyen sus estudios tiene diversas respuestas en cada nación, es algo que depende de muchos factores, pero en España no era fácil que un hijo especialmente dotado pudiera florecer en una sociedad clasista y post-feudal como fue la nuestra hasta principios del Siglo pasado (en algunos aspectos aún lo es).

Mi tío segundo, Domingo Rodríguez Sánchez, nacido en 1929 de una familia modesta en el pueblo de San Mateo en Gran Canaria es un buen ejemplo de cómo la permeabilidad social hace florecer las naciones. Su tío Domingo Rodríguez Tejera, represaliado por la dictadura, y maestro en el mismo pueblo, intuyó en el joven unas cualidades sobresalientes como estudiante e instó a sus padres a que le pagaran todos los estudios que fuera necesario. La familia se unió para conseguirlo. Domingo mostró enseguida inclinación por las ciencias biológicas y llegó a dirigir investigaciones punteras en microbiología y bioquímica2. Una inesperada enfermedad se lo llevó a la temprana edad de 53 años.

Formar a un científico lleva muchos pasos que el azar o los cambios inevitables de la vida pueden desbaratar. Sin Domingo Rodríguez Tejera no hubiera nacido para la ciencia Domingo Rodríguez Sánchez. Desde aquella intuición que llevó al consejo hacia la familia del maestro Domingo ante aquel sobrino imaginativo e inteligente, pasando por los institutos, facultades e instituciones por los que pasó, el peregrinaje de Domingo Rodríguez Sánchez, como el de generaciones de hombres de ciencia, está jalonado de esos actos que las sociedades más evolucionadas favorecen y que las que lo son menos olvidan, y que se resumen en una frase: cuidar a los hombres y permitirles crecer el libertad.

Mi tío segundo es un ejemplo luminoso, como podrían serlo, a otra escala, Blas Cabrera o Juan Negrín (olvidado como excelente investigador médico). En todos estos casos, excepciones, brillantes canarios de diversas extracciones pudieron contribuir con su creatividad al avance científico y a mejorar las vidas de todos. Pero son eso, casos excepcionales en unos años eminentemente oscuros, en los que, de forma inédita en un estado europeo, una religión tomó el poder sobre cuerpos y almas de los ciudadanos y amordazó a generaciones de ciudadanos.

Otro ejemplo de la “mala plaga” que los españoles llevamos con nosotros en forma de crucifijo católico es que hemos contagiado esa enfermedad a todos los Estados que ganaron la independencia de nuestro yugo. Herederos del oscurantismo católico, mantienen con España ese extraño y triste récord de una completa ausencia de descubrimientos científicos señeros en sus Historias. Salvo, como siempre, contadas excepciones.

Volviendo a la biografía de Maxwell, resulta sorprendente cómo en la sociedad británica de su época se favorecía ese amor universitario al descubrimiento y a las preguntas, a cuestionar lo establecido y a desarrollar nuevas ideas. Este espíritu que reinaba en las Islas Británicas en aquellos años, que permitía que científicos sin formación académica como Faraday pudieran ser escuchados en instituciones como la Royal Society3, no cabía en la España contemporánea, en la que aparte de la ausencia de instrucción popular (en Inglaterra se intentaba en aquellos tiempos que los jóvenes tuvieran la adecuada instrucción independientemente de su cuna) el reinado del terror de la Inquisición mantenía firmes a los españoles, como velas, y les impedía mirar a su alrededor para hacerse preguntas. Hacerse preguntas en España entonces era peligroso. Esa forma oscura de pensar no despareció con la eliminación de la Inquisición. Nuestro país lo ha sido de siervos y amos, de señores feudales que fueron sustituidos por orgullosos caciques, hidalgos y reyes absolutistas, y por un férreo régimen dictatorial a lo largo de casi la mitad del siglo pasado, todos ellos élites dominantes sobre ciudadanos sin instrucción. España en muchos aspectos, con su mezcla de oscurantismo y feudalismo, ve reflejado en importantes indicadores, como al que me refiero en este texto, el desarrollo de carreras científicas, su estado de indecisión como nación al respecto4. Los actuales recortes a la ciencia no son sino otro reflejo de ese estado de cosas.

In Memoriam de Domingo Rodríguez Tejera


1 The Man Who Changed Everything: The Life of James Clerk Maxwell [Basil Mahon]

2 “Sus resultados aparecen publicados en una treintena larga de revistas nacionales y extranjeras. Como anécdota señalaré que, en 1961, sus datos contribuyeron a definir científicamente las milagrosas propiedades del tan famoso «hongo del té» de aquella época. La biosíntesis de ácidos grasos en Peptostreptococcus elsdenii (especie anaerobia muy vinculada a las investig'aciones de uno de sus profesores ingleses) y diversas actividades enzimáticas de especies microbianas tan distintas como Vibrio, Pseudomonas, Aeromonas, Candida y Debaryomices recibieron su personal atención científica durante bastantes años. Cabe destacar su labor en el descubrimiento, purificación y ensayo de un péptido con marcada actividad antimicótica : la debariocidina. Con su equipo de investigación desarrolló una gran labor en el campo de la Ecología Microbiana, particularmente en lo relativo al estudio de biocenosis naturales, llegando a definir —mediante cultivos continuos de poblaciones mixtas— algunas interacciones «depredador-presa» entre bacterias y protozoos. Estudios de este tipo han permitido corregir contaminaciones fluviales y agrícolas ocasionadas por diversos efluentes industriales del sector petroquímico. En los dos últimos años, su preocupación científica se centra ba muy particularmente en problemas de inmunogénesis”
("In Memoriam, Domingo Rodríguez Sánchez (1929 - 1982)", A. Portolés, “Microbiología Española”, Volumen 35, 1982, CSIC)

3Se intentó crear una Sociedad Científica en España durante el siglo XIX, a imagen de la Royal Society, el Real Gabinete de Historia Natural. Se estaba construyendo el edificio que la albergaría en Madrid cuando el rey Fernando VII decidió que prefería dedicarlo a otra cosa. Actualmente aloja al Museo del Prado.

4Sería interesante plantear un estudio que permita comparar asuntos como las asignaturas impartidas, el número de alumnos por Universidad, el nacimiento de la libertad de cátedra, la cantidad de ciudadanos con formación en función de su clase social, etc. en España en los siglos que supusieron en el resto de Europa el inicio de la Revolución Científica, con los países que fueron su estandarte, curiosamente, aquellos en los que la Reforma tuvo más influencia, llevando a los católicos a un estado de cuasi aislamiento contrarreformista. También comparar las biografías de los grandes nombres de la ciencia desde el siglo XVI al XIX, su extracción social, etcétera nos ayudarían a componer un interesante cuadro que despejaría dudas sobre esos “pecados del pasado” de nuestro país, que las generaciones actuales siguen pagando.


Nota: La fotografía de Domingo Rodríguez Sánchez la he obtenido del artículo, ya citado, "In Memoriam, Domingo Rodríguez Sánchez (1929 - 1982)" de A. Portolés, en “Microbiología Española”, Volumen 35, 1982, CSIC.

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