domingo, 31 de marzo de 2013

Cómo se arrasa un país poco a poco




Cuando paseo por los barrios viejos de las ciudades, me asalta un pensamiento. Cómo rayos esos preciosos edificios que ahora podemos disfrutar y que nos llegan como legados de las generaciones que han pasado y se han ido pueden seguir ahí, qué raro milagro los ha hecho sobrevivir a la pica, la ambición, el deseo de ganancias y esas zarandajas que hacen la vida tan complicada a la gente y la hacen comportarse tan estúpidamente.

Hace unos días han pillado a un señor de un sindicato en el caso de los ERES de Andalucía, un tipo de aspecto desaseado que aparece siempre riéndose, vaya usted a saber de qué, con cientos de miles de Euros estafados a los ciudadanos en su casa, metidos en sobres, en maletas, en muebles, bajo colchones... ¿Qué hace a la gente tan imbécil como para querer atesorar ese dinero que otros han tenido que pagar de sus impuestos, y para más inri, de unos fondos que se habían destinado a fines supuestamente sociales? Es un dicho conocido que la idiocia y la maldad van de la mano, y cuando ves a cretinos de ese calibre comprendes el pleno sentido de la frase. Hay que ser subnormal, carajo.

Vuelvo a los cascos viejos. En ocasiones en Las Palmas he asistido en el barrio histórico a la inexplicable demolición de casas de más de cuatro siglos por unas extrañas nociones de compraventa de terrenos, herencias, especulaciones, en fin, esas zarandajas. Y me sorprende, al ser una zona supuestamente protegida. Lo que me lleva a preguntarme, ¿Qué sobrevivirá de los edificios que nos rodean hoy en día para que las generaciones que vienen puedan entender cómo vivíamos? Porque de eso se trata ¿No? En Las Palmas hay ejemplos estupendos de arquitectura racionalista que han sido bastante maltratados, como el pobre edificio del Cabildo en Bravo Murillo, que ahora está tapado por un misterioso envoltorio de losetas que habrán costado, eso sí, un dineral.

Pues había un edificio en el Aeropuerto de la isla, Gran Canaria, llamado Gando, que era la vieja terminal de viajeros. De sobrio estilo racionalista, construido en 1946, era modesto, pequeño y estaba algo desconchado, pero en él reproducciones de los perros que decoran la Plaza de Santa Ana (cuyo origen es una historia muy interesante, por cierto) recibían a los viajeros, su interior era precioso, contenía pinturas de aquellos años, y, además, allí llegaron los primeros aviones a la isla. O los astronautas del Apollo XI. O el primer 747 “Jumbo”, o el Concorde en uno de sus vuelos inaugurales. Y muchos otros, como Churchill o Stravinsky, o Gregory Peck y John Huston para rodar escenas de “Moby Dick”. Y de allí, unos años antes de que existiera la terminal, salió el Dragón Rapide, un avión de triste recuerdo que abrió una de las etapas más espantosas de nuestra historia reciente.

Y también allí, en realidad más hacia el istmo que cierra el área, estuvo de capellán mi tío abuelo Miguel, un hombre generoso y bueno, recuerda mi madre. He puesto su obituario al final de este post. El artículo no dice que le desterraron a Fuerteventura. Sign 'o' the times.

Pues bien, ese edificio, que encierra recuerdos para generaciones de isleños, que fue puerta de entrada a la isla durante varias décadas a aviones de hélice y de reacción, a Comets y Caravelles, (incluso al propio Charles Lindberg, que regaló a mi abuelo Pepe su mono de trabajo por ayudarle a reparar su avión), ya no está.

Se lo llevaron por delante las excavadoras hace unos meses. AENA, la empresa que gestiona los aeropuertos españoles decidió que había que ampliar las terminales con uno de esos cajones, ya saben, de los que salen fingers hacia los aviones, muy acristalados, llenos de espacio para tiendas, y que construyen diligentemente esas UTEs de las que este país sabe mucho, y, claro, la vieja y pequeñita terminal de paredes blancas y decoración en granito, con esculturas de perros verdes (sí, son verdes, es el bronce, creo) oteando al horizonte, ahora no es.

En un país en el que se respetara un poco eso que no tiene nombre pero que intento expresar al inicio de este texto, digamos que la memoria de lo que se ha hecho, la vieja terminal sería un museo, podría estar rodeada de cristales en el interior de la misma terminal, y contener tiendas de souvenirs, y, en fin, contar un poco la historia del aeródromo de la isla (sin ir muy lejos, en el Aeropuerto de Los Rodeos, en Tenerife, conservan todas las terminales).

Se podría visitar su torre de control y se podrían tocar los viejos radares que recibieron los primeros vuelos intercontinentales hacia América del Sur en escala. Se podrían admirar las líneas de facturación anteriores a la esquizofrenia de la seguridad que nos rodea y los mostradores bajos en los que se recogían los equipajes antes de las cintas transportadoras. Recuerdo esa terminal de ir con mi padre, que filmó aquellas excursiones de domingo con su cámara de ocho milímetros.

Seguramente habría costado algo más, pero eso gusta a las UTEs, que siempre tienen la costumbre de salirse de costes, y daría una razón a la gente para viajar al aeropuerto o pasar un rato más en él, haciendo compras, que saben que de eso se trata, en esos malls disfrazados de terminales de los que ahora disfrutamos.

Pero no; lo han tirado. A lo mejor es mucho pedir que la gente de AENA se parara a pensar en el tiempo vivido por tantos viajeros en aquel viejo edificio, en la memoria sentimental de la isla, pero sobre todo en el legado que hubiera representado la conservación del edificio para los ciudadanos, para las generaciones que vendrían después. Así, incluso, alguien se preocuparía de pensar en que hay que conservar ciertas cosas para que los que vienen puedan disfrutarlas, y tomaría una decisión similar con otro edificio. Naturalmente, ocurre lo contrario, no se piensa en esas cosas, se piensa en colocar la caja, llenarla de tiendas, que la UTE cobre, en fin, ya saben la historia.

Lamento que esa decisión haya sido la tomada, lamento no ver más aquel blanco edificio cada vez que mi avión hace taxi al finger. Lo echaré de menos. Pero ya está hecho. Y vuelvo a los imbéciles de antes. Seguramente el alto directivo que tomó esa decisión, seguirá cobrando un sueldazo de AENA y olvidó el problema tan pronto firmó el proyecto: hay que poner cajas de cristal en todos lados, que para eso están y para eso están las UTEs. Curiosamente, por algo será, AENA no dice ni una palabra de lo ocurrido, guardando uno de esos silencios que parecen gritos. Es una pena.

Obituario de Miguel Rodríguez Tejera


La foto de la antigua terminal es de una postal, y  la encontré en una tienda online, Delcampe.net.

Exposición abierta hasta julio.

Mi exposición fotográfica "El Risco: la montaña habitada" sigue abierta hasta julio en la Sala MAPFRE Ponce de León,  C. Castillo,...