sábado, 21 de febrero de 2015

Servidores Sirena



Jaron Lanier ha publicado recientemente en España (Ed. Debate, 2014) su ensayo “Quién controla el futuro”. Lo interesante del libro, amén de sus ideas, es el propio autor y su circunstancia. Lanier es considerado un “gurú” de la Realidad Virtual (VR con sus siglas en inglés; por cierto, que él mismo inventó el término), esa tecnología que permite mostrar a las personas lugares y espacios generados mediante ordenadores en los que poder sumergirse y percibirlos como si fueran reales. Lanier inventó el dataglove o guante de datos, un periférico que permite al usuario de un sistema de VR el interactuar con él y el tener además sensaciones táctiles en sus dedos y manos.

Lanier, todo un curtido habitante de Silicon Valley y de los ambientes universitarios en la era dorada del nacimiento de la informática, es un poco más joven (nació en 1960) que los Padres Fundadores de la informática personal, Steve Jobs, Bill Gates (ambos nacidos en 1955) o Steve Wozniak (1950), pero es mayor que Mark Zuckerberg (1984), fundador de Facebook o que Sergey Brin y Larry Page (nacidos en 1973), creadores de Google. Es decir, está en una posición muy interesante para contemplar el estado actual de cosas en internet, de dónde venimos y hacia dónde parecemos dirigirnos.

Vivimos en un mundo en perpetuo experimento. Ninguno de nosotros tiene la menor idea de lo que pasará mañana, ni en el siguiente minuto, pero aceptamos esa incertidumbre constante y procuramos vivir con ella. De esa misma manera, en esa especie de singladura universal humana por el mar de la incertidumbre, aparte del azar natural, vivimos entre los cambios que generamos nosotros mismos. Esos cambios ocurren a nuestro alrededor continuamente, y nos lanzamos a experimentar con ellos. Unos resultan exitosos; otros, catastróficos. No hacemos ensayos ni estudios sobre lo que podrá pasar; simplemente, la humanidad se arroja en ocasiones en brazos del cambio generado por ella misma, con la esperanza y el optimismo de que “todo va a ir bien”. Y no siempre pasa así. Pensad en lo que ocurrió en el mundo cuando Watt inventó la máquina de vapor (cambió todo, para bien, y para mal), o cuando Marx recicló en su teoría filosófica la Lucha de Clases (conocida previamente desde Maquiavelo) y un país entero decidió poner en práctica a su manera aquellas ideas en 1917. O cuando unos chicos en Californa, entre nubes de marihuana decidían fabricar un ordenador para que la gente lo tuviera en su casa en unos tiempos en los que aquello parecía un sueño loco. Esas cosas cambian el mundo. Son acontecimientos de enorme trascendencia. Ahora la gente vive pegada a sus teléfonos inteligentes, no podemos estar sin el Whatsapp o el Facebook, que no existían hace nada, seis o siete años. Esos cambios a los que nos arrojamos a diario tienen consecuencias. En la gente, en su forma de comunicarse, en la educación, en la convicencia, en las relaciones, en miles de pequeños gestos diarios. Son esas decisiones colectivas, que la Humanidad toma en silencio, dejándose llevar por las modas, las nuevas ideas, aceptando unas y rechazando otras, o eligiendo entre alternativas y posibilidades que la vida les, nos, pone delante, las que nos forman como civilización.

Pues nuestro amigo Lanier dice que todo lo que está pasando no le gusta demasiado, y que no parece que vayamos por buen camino con las últimas decisiones colectivas que hemos tomado. Para él, estamos en la era de lo que él llama los “servidores sirena”, servicios en una internet ubicua, que se han vuelto imprescindibles para la gente, pero que son monopolísticos, intrusivos, espían a las personas, y generan unos problemas gigantescos. En este momento quienes más sufren los efectos negativos del “mundo de los servidores sirena” en el que la raza humana empieza a entrar, son las personas que viven de tareas de creación de objetos fácilmete copiables por medios digitales. El cine, la música y la literatura han sido arrasadas por los “servidores sirena”, que basan gran parte de su éxito en la copia infinita de archivos digitales, con el precio a pagar de que ellos, los servidores, reciben un gran beneficio de cada copia de esos archivos, pero estos resulta que se vuelven “no monetizables” y pierden su valor objetivo hasta hacerse prácticamente cero.

Muchas industrias caerán, según Lanier, a medida que sus productos se puedan obtener mediante archivos digitales. Imaginad ahora que las impresoras 3D que poco a poco empiezan a aparecer en todas partes se hacen tan sofisticadas que puedes imprimirte un coche entero a partir de unos archivos en PDF. En unas horas podrías tener tu flamante utilitario aparcado ante tu casa a coste cero. Entonces, la industria del automóvil sería la siguiente en perecer. Luego, si se pueden copiar e imprimir comidas, acabaría la de la alimentación, y así sucesivamente. Los “servidores sirena”, al alojar los archivos con los “planos” de los objetos a copiar, serían siempre beneficiados, pero a costa de arrasar industria tras industria, hasta que no quedara prácticamente nada; sólo aquello que no se pudiera copiar por medios digitales. Y en esas condiciones, la depauperación humana y la hambruna a la que asistiríamos no tendría precedentes. Llegaríamos probablemente a un estado de cosas insostenible, en el que hasta los propios “servidores sirena” se extinguirían, al no poder tener clientes que pagaran sus servicios. Todo el mundo parece, no obstante, embebido en la nueva religión optimista del papanatismo tecnológico, con mantras como estos: los “servidores sirena” son buenos, lo que hacen beneficia a la humanidad, son “disruptores” (palabro que maravilla al nuevo tecnopapanata), pues “rompen con lo antiguo”, olvidando aquella frase tan famosa que uso mucho últimamente, la de “¡si funciona, no intentes arreglarlo!”

A todo esto se añade un espejismo para Lanier, el del “Big Data”. El concepto de moda. El nombre que se pronuncia en las conferencias top del mundo digital. El uso de la ingente información que “servidores sirena” como Google o Facebook obtienen de sus clientes, que por cierto, tendrían derecho a su parte del pastel, porque sus datos, aportados voluntariamente -al menos eso pone si te lees el contrato de aceptación de condiciones de sus servicios- son la savia que alimenta a los “servidores sirena” -eso sí, como son copiables, no tienen valor monetario-. Lanier pide que se activen micropagos para todos los ciudadanos que ceden su información a los “servidores sirena”. Porque sí. Porque es justo. Porque es la única manera. Ahora sólo un lado de la ecuación se beneficia -monstruosamente- de la obtención del “Big Data” de millones de personas. El otro lado, nosotros, los que somos espiados, no vemos nada de los posibles beneficios de todo ese tráfico de nuestros datos personales.

Pero el “Big Data” es para Lanier un espejismo: datos con correlaciones forzadas probablemente falsos, que pueden usarse para demostrar cualquier cosa, o para cometer errores garrafales, como basar en ellos decisiones de máxima gravedad -elegir a quién hacer una póliza por parte de una empresa de seguros, por ejemplo-. También se fían demasiadas cosas a la Inteligencia Artificial, un concepto bastante escurridizo, al que se da un significado que no merece. Por ahora la IA no existe, es sólo un nombre. Los bots que por ejemplo usa Amazon para hacer la competencia a otros lugares de venta en internet son bastante estúpidos, y sus decisiones, causan básicamente la hipertrofia de Amazon y la destrucción de su competencia, un juego sucio, suicida, y fundamentalmente errado. El objetivo no es destruirlo todo y convertirte en un monopolio, o al menos, espero que esa no sea la idea consciente de los ejecutivos de la famosa tienda online, pero esos son los resultados de su uso de bots de IA.

El “Big Data” puede estar basado en mentiras, puede estar atiborrado de errores, pero no importa, es el maná que hace ricos a Google, a Facebook, a Amazon o a Twitter; miles de empresas claman por esos datos que les ayudan “a conocer a sus clientes”. Y se usan para todo, desde para decidir el destino de un cargamento de azúcar al precio de productos lanzados por las fábricas de medicamentos. Demasiado peligroso poner decisiones cada vez más importantes en datos obtenidos de manera dudosa por los “servidores sirena”, unos datos que no han sido contrastados de forma científica precisamente, pero que se convierten en una especie de “biblia atea”.

Google, Apple o Facebook lo saben casi todo de ti. Conocen a tus amigos. Saben cuales son tus gustos culinarios, sexuales, de entretenimiento, tu fe religiosa, tus posibles enfermedades, físicas y psíquicas, y a diario acumulan más y más datos de todos nosotros. Según cuenta Julian Assange en su libro Cuando Google encontró a Wikileaks (Clave Intelectual. 2014), además, esos “servidores sirena” que están dominando el mundo no han tenido el menor escrúpulo en ceder esos datos a la Inteligencia norteamericana siempre que les ha sido solicitado. Estamos viviendo en un mundo aparentemente apacible e hiperconectado, pero debajo late un mar orwelliano de progamas espía pendientes de todos nuestros movimientos.

Lanier propone soluciones, desde los citados micropagos, a que la sociedad civil empiece a tener voz y voto ante los “servidores sirena”, que no son otra cosa que empresas privadas mega poderosas a las que nadie parece querer rechistar por ahora, y que hacen lo que les da la gana, impunemente.

La humanidad siempre decide colectiva, inconscientemente, los “acontecimientos disruptores” que harán que su rumbo histórico cambie. Estamos en mitad de una encrucijada similar en importancia a la del advenimiento de la Revolución Industrial o la aparición de los medicamentos. Está en nuestras manos el poder conducir lo mejor posible el barco en el que navegamos por el mar de la intertidumbre. Podemos elegir el éxito o la catástrofe. Los “servidores sirena” de Lanier no son sino el aviso de lo que vendrá.

La foto de Jaron Lanier está en Wikimedia Commons bajo licencia de Atribución 2.0 Genérica.

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